
Siendo muy pequeño, estalla en lágrimas por los necesitados echados por papá, que “seguramente habían sido mandados por Dios”.

Estos hechos, como la nota trazada en el lecho de su muerte, lo describen como alguien empeñado constantemente en servir a los necesitados.
A quien le pregunta cómo hace para soportar los olores y la inmundicia, él responde: “no olvides jamás que si incluso la casa es sórdida, tú te acercas a Cristo”.

No lo mueve un impulso humanitario y filantrópico; si fuese así no tendría la continuidad y la intensidad que Pier Giorgio infunde.



“Algunas Conferencias de San Vicente las aboliría. Cuando hay hombres que llenos de orgullo cristiano, de frente a las dificultades prefieren dejar pasar, es mejor que la Conferencia no exista. No porque las personas actúan con mala fe, sino porque esta no está adaptada a los tiempos”. Éste es su parecer. Su estilo es más bien de no retroceder jamás, apenas sospecha que puede hacer algo por alguien, cueste lo que cueste lo hace. Llegó a decir: “no basta la caridad, necesitamos una reforma social”.


Alguna vez le increparon cómo un joven de su posición viajaba en la tercera categoría del tren: “¡porque no hay cuarta!” fue su respuesta.

En otra oportunidad dice a un amigo: "En los pobres, los enfermos, los necesitados, veo una luz que nosotros no tenemos.
Jesús me visita cada día en la comunión; yo le correspondo en la manera insignificante que puedo...
Yo soy pobre como todos los pobres y deseo trabajar para ellos."

simplicidad con la cual responde a las exigencias, también a aquellas no expresadas, demuestran una caridad que no baja de lo alto sino que crece canto a canto. “La vida es un don; la vida es donar. No hay nada por retener para sí, porque nada nos pertenece”.
La generosidad, el entregarse sin reservas, es el estilo con el cual Pier Giorgio atraviesa el mundo. Al punto que algunos no se harán problema en aprovecharse, pidiéndole favores, recomendaciones, referencias o dinero. Él no niega nada, excepto cuando hay un contraste con sus convicciones profundas.
Las anécdotas son interminables. Entre otras cosas buscaba alojamiento para los universitarios no turineses y frecuentemente era él quien pagaba el alquiler y regalaba libros de estudio con el pretexto de tenerlos repetidos.
En una oportunidad interrumpió una discusión en la “San Vicente” con una oferta de 500 liras, obtenidas de quien sabe donde, para poder pagar un carro de heladero que le permita a un hombre desempleado ganarse el pan.
En pleno invierno, en un clima polar, se lo vio llegar a la embajada en Berlín, sin ningún abrigo porque lo había regalado a quien más lo necesitaba.
Otra vez, con la ayuda de una amiga, facilitó a una mujer que había dado a luz bajo unas escaleras, todo lo indispensable para un recién nacido.
El número de episodios, similares a éste, venidos a la luz en el conjunto de testimonios recogidos, es tan grande que sorprende, aún más si se piensa en aquellos que quedarán por siempre en secreto.


Fue un visionario que cumplió a cabalidad los llamados que, algunas décadas después, realizará la Iglesia Católica, renovada con el Concilio Vaticano II, a través de sus documentos, ejerciendo su apostolado con el mismo criterio del Obispo Mártir de La Rioja, Monseñor Enrique Angelelli, “con un oído en el Evangelio y otro oído en el pueblo”. También, le sonarían como propias las palabras del Padre Carlos Mugica: “Nada ni nadie me impedirá servir a Jesucristo y a su Iglesia luchando junto a los pobres por su Liberación. Si el Señor me concede el privilegio, que no merezco, de perder la vida en esta empresa, estoy a su disposición.”
Las inversiones de Pier Giorgio no son de este mundo, tiene un banco en el cielo que hace de los miles por cientos.
Siempre deseó sacar el fruto de cada minuto. Lo llamaban “el estudiante que corre siempre”.
Compartió su riqueza con los pobres y necesitados de todo tipo, sin que nada quedase para él.
Supo descubrir en el rostro de cada persona el rostro de Jesús, por eso pudo acercarse a los más miserables y menesterosos, a los lugares más repulsivos, con una sonrisa en los labios y una mano abierta dispuesta siempre a ayudar.
Es el ejemplo de una vida vivida en plenitud y el M.P.G.F. se compromete a emularlo.





Siempre deseó sacar el fruto de cada minuto. Lo llamaban “el estudiante que corre siempre”.
Compartió su riqueza con los pobres y necesitados de todo tipo, sin que nada quedase para él.
Supo descubrir en el rostro de cada persona el rostro de Jesús, por eso pudo acercarse a los más miserables y menesterosos, a los lugares más repulsivos, con una sonrisa en los labios y una mano abierta dispuesta siempre a ayudar.
Es el ejemplo de una vida vivida en plenitud y el M.P.G.F. se compromete a emularlo.




Gentes con Derecho (Ixcis) - http://www.padrenuestro.net/
El Dios de los Pobres (Carlos Mejía Godoy - Misa Campesina)
No hay comentarios:
Publicar un comentario