En el Movimiento Pier Giorgio Frassati comprendimos que nuestro discipulado debía observar las enseñanzas que Jesús nos dejara en su memorable Sermón de la Montaña y así ser auténticamente bienaventurados. Esa dicha la entendió muy bien Pier Giorgio, y hoy sus émulos coincidimos en adoptar, también, como Regla de Vida las Bienaventuranzas Evangélicas.
Hoy más que nunca, el Maestro de Nazaret nos muestra el camino para hallar la verdadera felicidad y el Beato nos ilustra con sus reflexiones.
Juan Pablo II, antes de ser Obispo de Roma ya lo elogiaba llamándolo “El Hombre de las 8 Bienaventuranzas” (Mt. 5,1-10). Decía entonces: “Su modelo de vida, en relación a las generaciones sucesivas, y también a la nuestra, es un motivo de gran esperanza. Mirando las varias imágenes que muestran su vida, nos reencontramos en nosotros mismos, o al menos un llamado dirigido a nosotros, a nuestra generación: en todo encontraba a Dios. Observad como era el hombre de las ocho Bienaventuranzas. Cada hombre de las ocho Bienaventuranzas es la salvación del mundo, de todo el mundo.” (Cardenal Karol Wojtyla, Cracovia, 27-03-1977).
Felices los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los Cielos:
“El asistir cotidianamente a la fe con las cuales las familias enseguida soportan los más atroces dolores, el sacrificio perenne que ellos hacen y que todo esto ha sido hecho por amor de Dios, muchas veces hace cuestionarme: yo que he recibido de Dios muchas cosas siempre me he quedado tibio, tan malo; mientras ellos que no han sido así privilegiados como yo, son así infinitamente mejores que yo.” (de “Apuntes para un discurso sobre la caridad”). Felices los afligidos, porque serán consolados:
“Nuestra vida por ser cristiana es una continua renuncia, un continuo sacrificio, que sin embargo no son pesados cuando se piensa qué son estos pocos años pasados en el dolor, en relación a la eternidad feliz, donde el gozo no tendrá medida ni fin, donde gozaremos de una paz que no se puede imaginar.” (del “Discurso para la bendición de la bandera del Círculo Giovane Pollone, 29-06-1923).
Felices los mansos porque heredarán la tierra:
“La paz sea en tu alma: todo otro don que se posea en esta vida es vanidad, como son vanidad todas las cosas del mundo. Es hermoso vivir con la certeza de que en el más allá está nuestra verdadera vida.” (carta a Marco Beltramo, Turín, 15-01-1925).
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados:
“La fe dada en el Bautismo me sugiere con voz segura: ‘Por ti sólo no podrás hacer nada, pero si tienes a Dios por centro de todas tus acciones, sí llegarás hasta el fin’ y precisamente esto querría poder hacer y tomar como ejemplo el dicho de san Agustín: ‘Señor, nos creaste para ti e inquieto está nuestro corazón hasta que no descanse en ti’”. (carta a Isidoro Bonini, Turín, 15-01-1925).
Felices los misericordiosos porque encontrarán misericordia:
“El Apóstol San Pablo dice: ‘La caridad de Cristo nos urge’ y sin este fuego, que poco a poco debe destruir nuestra personalidad para palpitar solo por los dolores de los otros, nosotros no seremos verdaderos cristianos ni mucho menos católicos.” (de “Apuntes para un discurso sobre la caridad”).
Felices los puros de corazón porque verán a Dios:
“La verdadera felicidad, jóvenes, no consiste en el placer del mundo y en las cosas terrenas; sino en la paz de la conciencia, la cual se tiene solamente si nosotros somos puros de corazón y de mente.” (del “Discurso para la bendición de la bandera del Círculo Giovane Pollone, 29-06-1923).
Felices los que trabajan por la paz porque serán llamados hijos de Dios:
“Con la violencia se siembra el odio, con la caridad se siembra en la humanidad la paz, pero no la paz del mundo, sino la Verdadera Paz que solo la Fe de Jesucristo se puede dar hermanándose los unos con los otros.” (de “Apuntes para un discurso sobre la caridad”).
Hoy más que nunca, el Maestro de Nazaret nos muestra el camino para hallar la verdadera felicidad y el Beato nos ilustra con sus reflexiones.
Juan Pablo II, antes de ser Obispo de Roma ya lo elogiaba llamándolo “El Hombre de las 8 Bienaventuranzas” (Mt. 5,1-10). Decía entonces: “Su modelo de vida, en relación a las generaciones sucesivas, y también a la nuestra, es un motivo de gran esperanza. Mirando las varias imágenes que muestran su vida, nos reencontramos en nosotros mismos, o al menos un llamado dirigido a nosotros, a nuestra generación: en todo encontraba a Dios. Observad como era el hombre de las ocho Bienaventuranzas. Cada hombre de las ocho Bienaventuranzas es la salvación del mundo, de todo el mundo.” (Cardenal Karol Wojtyla, Cracovia, 27-03-1977).
Felices los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los Cielos:
“El asistir cotidianamente a la fe con las cuales las familias enseguida soportan los más atroces dolores, el sacrificio perenne que ellos hacen y que todo esto ha sido hecho por amor de Dios, muchas veces hace cuestionarme: yo que he recibido de Dios muchas cosas siempre me he quedado tibio, tan malo; mientras ellos que no han sido así privilegiados como yo, son así infinitamente mejores que yo.” (de “Apuntes para un discurso sobre la caridad”). Felices los afligidos, porque serán consolados:
“Nuestra vida por ser cristiana es una continua renuncia, un continuo sacrificio, que sin embargo no son pesados cuando se piensa qué son estos pocos años pasados en el dolor, en relación a la eternidad feliz, donde el gozo no tendrá medida ni fin, donde gozaremos de una paz que no se puede imaginar.” (del “Discurso para la bendición de la bandera del Círculo Giovane Pollone, 29-06-1923).
Felices los mansos porque heredarán la tierra:
“La paz sea en tu alma: todo otro don que se posea en esta vida es vanidad, como son vanidad todas las cosas del mundo. Es hermoso vivir con la certeza de que en el más allá está nuestra verdadera vida.” (carta a Marco Beltramo, Turín, 15-01-1925).
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados:
“La fe dada en el Bautismo me sugiere con voz segura: ‘Por ti sólo no podrás hacer nada, pero si tienes a Dios por centro de todas tus acciones, sí llegarás hasta el fin’ y precisamente esto querría poder hacer y tomar como ejemplo el dicho de san Agustín: ‘Señor, nos creaste para ti e inquieto está nuestro corazón hasta que no descanse en ti’”. (carta a Isidoro Bonini, Turín, 15-01-1925).
Felices los misericordiosos porque encontrarán misericordia:
“El Apóstol San Pablo dice: ‘La caridad de Cristo nos urge’ y sin este fuego, que poco a poco debe destruir nuestra personalidad para palpitar solo por los dolores de los otros, nosotros no seremos verdaderos cristianos ni mucho menos católicos.” (de “Apuntes para un discurso sobre la caridad”).
Felices los puros de corazón porque verán a Dios:
“La verdadera felicidad, jóvenes, no consiste en el placer del mundo y en las cosas terrenas; sino en la paz de la conciencia, la cual se tiene solamente si nosotros somos puros de corazón y de mente.” (del “Discurso para la bendición de la bandera del Círculo Giovane Pollone, 29-06-1923).
Felices los que trabajan por la paz porque serán llamados hijos de Dios:
“Con la violencia se siembra el odio, con la caridad se siembra en la humanidad la paz, pero no la paz del mundo, sino la Verdadera Paz que solo la Fe de Jesucristo se puede dar hermanándose los unos con los otros.” (de “Apuntes para un discurso sobre la caridad”).
Felices los perseguidos por causa de la justicia porque de ellos es el Reino de los Cielos:
“Los tiempos que nosotros atravesamos son difíciles porque la persecución contra la Iglesia se enfurece con más crueldad, pero ustedes, jóvenes fuertes y buenos, no se espanten por esta poca cosa y tened presente que la Iglesia es Institución Divina y no puede terminar, y durará hasta el fin del mundo y ‘ni las puertas del infierno prevalecerán contra ella’” (del “Discurso para la bendición de la bandera del Círculo Giovane Pollone, 29-06-1923).
“Los tiempos que nosotros atravesamos son difíciles porque la persecución contra la Iglesia se enfurece con más crueldad, pero ustedes, jóvenes fuertes y buenos, no se espanten por esta poca cosa y tened presente que la Iglesia es Institución Divina y no puede terminar, y durará hasta el fin del mundo y ‘ni las puertas del infierno prevalecerán contra ella’” (del “Discurso para la bendición de la bandera del Círculo Giovane Pollone, 29-06-1923).
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