

Pier Giorgio se acerca a mucha gente de distintas edades. A uno de ellos escribe que: “después del afecto de los padres y hermanos, uno de los afectos más hermosos es el de la amistad; y día a día debería dar gracias a Dios porque me ha dado tan buenos amigos y amigas...”. Busca un valor grande: la Amistad. Goza de poder decir por alguien: “Aquel es mi amigo”. Muchos, después de su muerte, se manifestaron como “amigos de Pier Giorgio”; incluso aquellos que tal vez lo trataron una sola vez, y hayan conocido su cordialidad, su capacidad para hacer sentir bien a la gente, o sus ojos serenos que invitan a abrirle el corazón.
Para él la amistad es un modo de vivir la Iglesia, de reavivarla como un lugar de acogida en el cual cada uno es amado y respetado por lo que es. Es un modo concreto de ayudarse recíprocamente en el camino de la vida, principalmente en los momentos difíciles, cuando se vuelve tan valioso el apoyo de quien está cercano.
Pier Giorgio vive la amistad con la disponibilidad de dar y también de recibir. Escucha, aconseja, ayuda concretamente, demostrando siempre una gran sensibilidad a las exigencias de sus amigos: estimulándolos y sosteniéndolos. Pero jamás con la presunción de estar afuera de los mismos problemas. En cambio, responde con la sensibilidad de quien siente como propio esos problemas. Actúa con la sencillez de quien acepta su propia pobreza pero entiende que es importante compartir lo que se tiene. Humildad de quien brinda; busca y acepta la ayuda, los consejos y las exhortaciones de los amigos.
En su disponibilidad y generosidad jamás reclamó algo a cambio, sólo pedía que rezaran por él. Por todo esto, recibir un regalo es para él un motivo de gran alegría, pues los objetos que ha recibido se cargan de la presencia de quien los ha donado, como signo de la unión buscada, adquiriendo un perfume especial, el del amor fraterno.
Supo cultivar también el amor filial. Los pocos meses de edad que lo separan de su hermana Luciana los une desde la infancia en modo estrecho. Inician el estudio y el catecismo juntos. Educados sin diferencias, crecen lado a lado, desarrollando los propios diferentes caracteres pero manteniendo siempre una fuerte relación.
El camino de Pier Giorgio lleva entre sus deseados a los pobres y solos. El camino de Luciana se dirige hacia el luminoso y fascinante mundo de la diplomacia, donde actúa su papá Alfredo. Una diversidad provocada por el irrumpir del Evangelio en Pier, pero que en vez de crear una distancia, alimenta entre hermano y hermana la comprensión y la intimidad.
Luciana y Pier
Luciana, muchos años después, escribirá haber sentido frecuentemente el deseo de defender el candor de su hermano, de la incomprensión del mundo y de la familia. Era la única en su casa con quien intimaba y a la cual pedía consejo. La única que conocía sus auténticos deseos, sus tantos compromisos apostólicos y de caridad, y los motivos de su “correr siempre” hacia algo importante por hacer.


Cuando Pier Giorgio siente crecer dentro de sí un inmenso amor por Laura Hidalgo, advierte la gravedad de los problemas que este amor podría suscitar en su familia. Laura es una buena y sencilla muchacha que milita en la Acción Católica, pero estas virtudes poco importan al prestigioso matrimonio Frassati, que aspira para el heredero de “La Stampa” una esposa más acorde a sus expectativas de clase.
Pier se confía con Luciana, pide consejo a sus confesores y toma una decisión: renunciar a su amor y a su sueño de casarse pronto y tener una familia numerosa. El largo entrenamiento de abandonarse a sí mismo para brindarse del todo y sin reservas ha llegado al punto más alto. Diría al respecto: “Destrozar una familia para crear una nueva sería absurdo y una cosa a la cual no es ni siquiera el caso pensar. Seré yo el sacrificado; pero si Dios desea así, se haga su voluntad”.
En enero de 1925 su hermana Luciana se casa con un diplomático polaco y se muda a La Haya. Pier Giorgio siente resbalar sobre sus espaldas todo el peso de la situación familiar. En junio pide a un cronista incorporarse a trabajar en “La Stampa” y por consiguiente resuelve renunciar a su sueño de trabajar como ingeniero junto a sus queridos “mineros”.
Una vez más ante la disyuntiva, no duda en sacrificarse al máximo y dejar su vida en manos de Dios.
Es una dura batalla. El trabajo interior es lacerante. Se confía con poquísimos, a los que pide continuamente que recen por él, pero el sufrimiento no cede jamás a la tristeza: la fe queda saldada, pero confía plenamente en la bondad y misericordia de Dios, a quien le ofrece su dolor, su amor y su futuro.
Pier se confía con Luciana, pide consejo a sus confesores y toma una decisión: renunciar a su amor y a su sueño de casarse pronto y tener una familia numerosa. El largo entrenamiento de abandonarse a sí mismo para brindarse del todo y sin reservas ha llegado al punto más alto. Diría al respecto: “Destrozar una familia para crear una nueva sería absurdo y una cosa a la cual no es ni siquiera el caso pensar. Seré yo el sacrificado; pero si Dios desea así, se haga su voluntad”.
En enero de 1925 su hermana Luciana se casa con un diplomático polaco y se muda a La Haya. Pier Giorgio siente resbalar sobre sus espaldas todo el peso de la situación familiar. En junio pide a un cronista incorporarse a trabajar en “La Stampa” y por consiguiente resuelve renunciar a su sueño de trabajar como ingeniero junto a sus queridos “mineros”.
Una vez más ante la disyuntiva, no duda en sacrificarse al máximo y dejar su vida en manos de Dios.
Es una dura batalla. El trabajo interior es lacerante. Se confía con poquísimos, a los que pide continuamente que recen por él, pero el sufrimiento no cede jamás a la tristeza: la fe queda saldada, pero confía plenamente en la bondad y misericordia de Dios, a quien le ofrece su dolor, su amor y su futuro.

Con su amigo Marco Beltramo
Bendita tu luz (Maná y Juan Luis Guerra)
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